Blancos de la Cerdanya, una propuesta vinícola de altura

La vendimia, que arranca a finales de octubre, obliga a las bodegas recoger pocos kilos de uva dadas las duras condiciones del clima y el terreno. Por esta misma razón, se trata de caldos muy apreciados.

No tienen, de momento, el tirón de los grandes vinos blancos del Penedés, Rueda o Las Rías Baixas pero, tiempo al tiempo. Los caldos elaborados en la Cerdanya piden paso desde hace tiempo y se están haciendo un hueco a base de propuestas vinícolas muy sugerentes. Las bajas temperaturas de la zona son precisamente su mejor carta de presentación.

De hecho, cada vez es más fácil encontrar una extensa oferta de blancos en las cartas de los restaurantes de la Cerdanya. Y no sólo de esta zona pirenaica. Porque son más y más las bodegas catalanas, sobre todo procedentes del Penedés, interesadas en unas vides, curtidas por el frío, que producen caldos potentes en matices y sabores. A ellas se suman pequeños productores locales que han encontrado en estas tierras una excusa perfecta para elaborar estos blancos atípicos pero profundamente originales. De hecho, ya en la Edad Media se plantaban viñas en estas tierras.

Hace casi tres lustros, la bodega Torre del Veguer apostó por las variedades de uva riesling y Pinot Noir para la Cerdanya. El nuevo proyecto bodeguero nació como respuesta a la necesidad de combatir los evidentes efectos del cambio climático, buscando experimentar con viñas que estuvieran ubicadas a gran altitud. En este caso a 1200 metros sobre el nivel del mar, algo nada desdeñable. Además, sus suelos de pizarra azul ayudan a mantener la temperatura de la vid y combate las, en ocasiones, adversas condiciones climáticas, de bajas temperaturas y heladas prematuras.

A la riesling, una uva que resiste como pocas uvas las bajas temperaturas, se han unido variedades ancestrales pirenaicas recuperadas en los últimos años para aportar más valor a los vinos de estas tierras frías. La vinyater o pansera, la pirineus, la albillo real y la godello son ejemplos evidentes de este matrimonio bien avenido. Hoy, bodegas pequeñas (y no tan pequeñas) de renombre se han subido a la ola de los vinos de la Cerdanya. Bodega Cal Madrat, Llivins o Gramona 1881 son buenos ejemplos.

La vendimia suele ser más tardía que en otras regiones vinícolas. Por eso, a finales de octubre e incluso principios de noviembre comienza una recogida limitada, que en ocasiones sólo permite a cada bodega obtener alrededor de 1.500 kilos por hectárea. Eso lleva a producciones muy limitadas y a vinos de precios más elevados, que se convierten en auténticos objetos de deseo.

Hoy, esta comarca, más conocida por sus quesos que por sus vinos, se siente orgullosa de añadir una nueva razón de peso a su propuesta gastronómica. A esta fiebre por los vinos blancos de la Cerdanya se suman no sólo someliers y cocineros de primer nivel sino un amplio abanico de apasionados del vino. Porque hay que desterrar de una vez por todas que son los vinos tintos los que maridan mejor con un buen plato de cuchara. Sin desmerecerlos, es el momento perfecto para compartir un trinxat con un buen blanco.

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